Veinticuatro dividido entre cuarenta y ocho: un medio; demasiado riesgo, petición denegada. cuatro dividido entre dieciséis: un cuarto; demasiado riesgo, petición denegada. Cinco dividido entre cien y veinticinco: uno sobre veinticinco; riesgo aceptable, petición aceptada. Siguiente caso, siguiente, siguiente...
Los formatos de petición se encontraban apilados a la izquierda del señor Monotonía, a su derecha los ya tramitados, divididos en aceptados y denegados. A sus espaldas, la tenue luz que se filtraba por la simple y cuadrada ventana dejaba ver que el sol comenzaba a menguar: pronto serían las ocho, hora de ir a casa; Consciente de esto, el señor Monotonía comenzó a recoger sus cosas con el mismo paso tranquilo e indiferente que lo caracterizaba, la misma actitud que le había ganado su apodo. Su verdadero nombre era “Montoní”, pero hacía ya varios años que sus compañeros habían optado por cambiar su apellido. “Cielos Montoní” le había dicho en broma el jefe unas semanas después de haber empezado el trabajo “un día mas sin que rías o te enojes, y empezaré a pensar que has mentido, y tu verdadero nombre es Monotonía”. Y así, sin mas ni menos, comenzaron a llamarle de aquella manera. No que le importase -ni siquiera le interesaba-, mientras no alterara su horario, el mundo le venía siendo indiferente. Así era él, Señor Monotonía a su servicio.
Camino a casa, pensó en la rutina que seguía: llegar a casa, cenar, bañarse, estar con Ana; Al llegar a casa, Ana lo recibió con una sonrisa y un plato de su corte de carne favorito. “Claro” pensó el señor Monotonía, “hoy es jueves”. Había olvidado la rutina del jueves: llegar a casa, cenar, bañarse con Ana, tener sexo, dormir; “Que va” pensó, “mientras mas rápido mejor”. No era que le molestara el sexo (en realidad lo consideraba moderadamente entretenido), era solo que, con Ana, esto implicaba un agregado: hablar de bebés; “Amor” solía comenzar, “cuando tendremos una familia?”, a lo que el solía responder “cuando los dios lo manden”. Claro que el no confiaba en los dioses, el confiaba en las Matemáticas: un tercio de probabilidad que Ana estuviera fértil, un quinto de probabilidad que el condón fallase; total: un quinceavo de probabilidad, punto cero sesenta y seis; riesgo aceptable. Y así, Ana pensaba que el señor Monotonía deseaba tener una familia, y el podía complacerla con poco riesgo.
Benditas Matemáticas.
Al día siguiente, el señor Monotonía -tal como lo hacía todos los días-, se levantó a las seis, se baño, besó a Ana (quien tenía dibujada una sonrisa mientras dormía, señal de sueños de niños y de la noche pasada), tomó su café y partió al trabajo. Al llegar a su oficina, el señor Monotonía comenzó con los trámites del día. Al dar la hora, recogió sus cosas y partió rumbo a su casa... Uno a uno, los días de rutina se fundieron en semanas de rutina, las semanas en meses, y así, el señor Monotonía fue feliz: feliz de su vida inalterable, feliz de su rutina;
Cierta noche de Agosto (una fría y silenciosa noche del segundo Jueves de Agosto, para ser exactos), el señor Monotonía llegó a su casa con el alma preparada para una noche de carne y sexo. Sin embargo, al abrir la puerta y ver el rostro de Ana, cuya sonrisa parecía querer saltar de su lugar, supo que aquella noche sería diferente. “Amor” fue lo primero que dijo Ana, sin poder contener la felicidad “nunca creerás lo que tengo que decirte”. Extrañado (y un poco molesto por el cambio de rutina), el señor Monotonía esperó a que Ana continuara. “Fui al doctor por un examen de rutina, y pareció perturbarle algo, así que pidió exámenes extra. al llegar los resultados, me dijo que al parecer estaba enferma, pero me sentiría mejor en nueve meses! nueve meses amor! estoy embarazada!”. Ella continuó hablando, pero el señor Monotonía había dejado de escuchar. Las matemáticas le habían fallado.
Mas tarde, acostado en su cama junto a Ana -quien dormía plácidamente-, el señor Monotonía reflexionaba. Las Matemáticas no le habían fallado, no podían haberle fallado: era el quien había errado, quien había calculado mal; Pero esta vez no lo haría, no habría errores: probabilidad de ser visitados el siguiente día: uno sobre doscientos; probabilidad de que ella gritase: tres cuartos; usando un método alterno: un décimo; Probabilidad de ser descubierto: un dosmilésimo; riesgo aceptable. Reconfortado el señor Monotonía volteó a ver a su esposa, sonrío, y se durmió.
Benditas Matemáticas.