Cierto día, maestro y alumno se encontraban caminando por las calles de una ciudad vecina, cuya fama en bajos recursos era solo alcanzada por la miseria en que vivían sus habitantes. El maestro, buscando enseñar tanto lo bueno como lo malo de cualquier sociedad humana, había traído a su discípulo-joven de buena familia cuyo estómago nunca había probado el hambre- a este lugar con el fin de que éste conociera lo que en su mente figuraba un cuento de ficción (no era que no hubiese oído hablar de la pobreza, claro que lo había escuchado, sin embargo, para el, este estrato social representaba una mera pieza de imaginación en su mente, sin objeto con el cual contrastarlo con la realidad).
Al pasar por uno de los varios callejones de la desdichada ciudad, el alumno no pudo contener una expresión de disgusto, la cual notó el maestro, entendiendo perfectamente el porqué: la vista era espantosa; lo primero que atraía -o repulsaba- a los sentidos era la decadencia, pedazos de roedores muertos siendo devorados por sus descendientes, estanques de sangre y basura, repletos de moscas y perros que, a falta de alimento, encontraban en esta mezcla una forma de saciar el hambre. Sin embargo, la reacción del alumno no había sido generada por esta escena, sino mas bien por una figura pequeña, oscura, casi inerte que se encontraba al final del pasadizo. Era una niña, una pequeña pelirroja que, maltratada por el mundo, la miseria y sus padres, había llegado hasta ahí, quedando sin fuerzas para continuar su existencia. El alumno, tras esta primera impresión corrió hacia donde estaba la niña, y, sin pensarlo, le dio todo cuanto el y su maestro habían traído consigo: agua, pan, un poco de carne y varias frazadas; después, un poco mas reconfortado sabiendo que había ayudado a la pequeña, retomó el camino con su maestro, quien había avanzado varios metros sin mirar atrás en el tiempo que su aprendiz realizaba éstas acciones.
-Maestro- comento el alumno
-Si, alumno mío?- respondió el viejo
- Estais enojado conmigo?
-Que te hace pensar eso, mi querido amigo?
- Se ha seguido de largo, dejándome mientras ayudaba a la niña, disculpe usted maestro, pero pensé estar haciendo lo correcto
Con una triste sonrisa, marca de quien a dejado atrás la ignorancia, sacrificando así su felicidad, el maestro se volvió a su alumno, y con pesar en su semblante, le preguntó: dime, mi querido alumno, ayudaste en verdad a la pequeña?; el joven, asintió con la cabeza, pensando en la comida que había proporcionado. -esta bien- dijo el maestro, pasemos mañana por este lugar, haber que piensas entonces. Dicho esto, ambos continuaron su camino, cada quien sumido en sus pensamientos.
Al día siguiente, maestro y alumno visitaron el callejón. La vista no había cambiado, la sangre y los perros seguían ahí, y, para dolor del alumno, también la pequeña pelirroja. Continuaba con vida, era cierto, gracias al pan y el agua que había recibido, sin embargo, parecía sufrir mas que el día anterior.
-Lo ves?- dijo el maestro, -el mundo no ha cambiado, y su situación tampoco, es cierto, la ayudaste a sobrevivir un día, pero eso no equivale, querido mío, lo mismo a vivir-
-¡pero maestro!- refutó alterado el joven, -! debía ayudarla!-
-no debías- respondió el otro, -si no lo hubieses hecho, aquella estaría ya libre de sufrimiento- - lo que tu hiciste- agregó -fue un acto egoísta: ayudaste a un alma en pena a continuar con su dolor, solo para poder escapar de tu propio malestar; sabías que moriría, incluso ahora lo sabes, si no fue ayer será mañana, y acudiste a ella para no tener el peso de su muerte en tu memoria. Ninguna acción caritativa, mi joven alumno, es un acto libre de egoísmo, harás bien en recordarlo-
dicho esto, maestro y alumno continuaron su camino, reflexionando el pesar que trae consigo la verdad.
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