domingo, 5 de febrero de 2012

Parábola de Tlaloc: El romanticismo realista.

Cierto día, maestro y alumno se encontraban disfrutando de una caminata por el parque. El clima, fresco y húmedo, daba la pauta perfecta para conversar de temas melancólicos, por lo cual no resultó sorprendente que, tras un tiempo de estar caminando, la discusión se centrara en torno al sentimiento.
“Pero maestro, el sentir necesita de ilusión, de fé, de creer que lo que se siente nunca terminará. Un sentimiento sin esperanza está condenado a fracasar” decía el joven discípulo al tiempo que señalaba a una pareja que había, al igual que ellos, escogido este día para pasear, sonrientes y de la mano, por el parque. “Tome por ejemplo a aquellos novios” continuó el alumno, “¿cree usted que están pensando en otra cosa que no sea el amor que se tienen? Ellos son felices porque el amor supera cualquier otro pensar, y en su estado, son capaces de olvidar hasta el peor recuerdo. ¿Que sentimiento puede ser mayor al suyo? ¿Más real que el suyo?”. Al escuchar las palabras de su alumno, el maestro sonrió, lo invitó a tomar asiento en una banca y dijo: “Dime, mi joven amigo, ¿alguna vez has escuchado la historia del amante sin alma?”; “No” respondió el joven. “Pues bien, he aquí como va”:

Hace tiempo, existió un hombre de mente inquisitiva, cuya lógica y pesimismo le habían hecho ganar el sobrenombre de hombre sin alma. Para este hombre, nada había que no pudiera pensarse, analizarse, y predecir sus posibles resultados: la comida, una película, la vida misma no eran para él sino secuencias por analizar; Es por esta razón que pocos entendían el como y el por qué de su mujer, quién había estado con él desde hacía ya más de 10 años. La gente no entendía como ella, a quién se referían como “aquella que está siempre soñando”, podía estar con alguien como ese hombre: ella era mujer de fé, él un hombre de ciencia; ella leía a Benedetti, él a Sade y Hobbes; ella creía en la vida mientras él esperaba la muerte; y aún así, estaban juntos.
Así pasaba el tiempo, y la gente permancecía curiosa, siempre preguntándose como era posible que estuviesen juntos. Un día, sin embargo, ocurrió lo inesperado: aquella que siempre estaba soñando dejó a su hombre, una noche gris empacó sus maletas y se fue del brazo de un viajero desconocido.

Al enterarse el pueblo, no fueron más de cinco los minutos transcurridos, antes de que estuvieran reunidas todas las almas frente a la casa del abandonado, ofreciendo su ayuda y preguntando la causa. Nuestro protagonista, ya fuera por hartazgo de la gente, por ganas de soledad, decidió por fin contestar sus preguntas, con tal de poder estar tranquilo y solo:

“Yo nunca pensé que estaríamos juntos por siempre. Eso no fue lo importante entre nosotros. Ustedes piensan que el amor debe ser perfecto, un ideal. Sin embargo, yo sé que no es así. Yo a ella no la amaba por pensar que estaríamos siempre juntos, o por pensar que fuera perfecta, al contrario, la amaba porque aún sabiendo que en cualquier momento esto podría terminar yo quería estar con ella, porque aún cuando conocía de sus celos, sus miedos y sus fallas, estaba dispuesto a arriesgarme. Ella me retaba, me cuestionaba, lograba que eligiera el no pensar, el no analizar las cosas. Ustedes pueden pensar que nuestra relación estuvo basada en nuestras virtudes, cuando en verdad nos impulsaron nuestros defectos. Y aún si este es el final, yo no me arrepiento de nada”


Dicho esto, el hombre sin alma entró a su casa, y prosiguió con algún estudio que había dejado pendiente.




El maestro terminó la historia, y vio que el alumno permanecia callado, pensativo: había entendido la lección; El maestro se paró de la banca, le dio la espalda al alumno y, antes de proseguir la caminata interrumpida por la historia, le dijo: “El verdadero sentimiento, mi querido discípulo, no viene de vivir en la ilusión, viene del saber la realidad, y querer afrontarla sin importar el resultado.” tras lo cual siguió caminando en silencio, acompañado después de unos instantes de su fiel alumno.