viernes, 5 de octubre de 2012


Quienquiera que haya establecido el estereotipo de que las mujeres son seres frágiles, tiernos y dóciles, claramente nunca estuvo en contacto con una. Las mujeres, contrario a lo que nos han contado innumerables cuentos, retratos y novelas, no son la imagen pura de una belleza que se quiebra ante el contacto con el mundo. ¿Qué hay de frágil en una mujer? me pregunto, ¿qué hay de inocente? Absolutamente nada. Las mujeres no son débiles, son la fuerza misma de la naturaleza en su estado más primitivo, burdo, perfecto. Y nosotros, hombres debilitados por la fuerza de nuestros lujos y complacencia, hemos olvidado esto casi por completo: a una mujer -una verdadera mujer- se le muestra respeto, cariño y lealtad.

Hoy en día, son demasiados los casos en que un hombre, ingenuamente, confunde un beso o una noche de pasión, e incluso las lágrimas de uno de estos seres fantásticos con la señal de haber triunfado sobre ella, cuando en realidad no podrían estar más equivocados. Porque ganarse a una mujer, ese místico momento en que un hombre tiene la suerte de conseguir el amor de una señorita, no se trata de una acción o una señal. Conquistar a una mujer no se logra a través de un acto, se logra a través de una vida entera de sacrificio, esfuerzo y, sobre todo, humildad. Conquistar a una mujer significa aceptar que, por más que se intente, nunca se podrá vencerle. Este es el secreto de las mujeres, secreto a plena luz. Y es que las mujeres, estos espíritus terrenales que nos asombran con su belleza e inteligencia, se asemejan a todo aquello que es bueno en esta tierra: siempre son más hermosas en libertad. Estar con una mujer, quererla y cuidarla, implica saber que nunca podrá ganarse del todo la batalla en su contra. Porque no hay batalla que ganar. Solo existen los retos, las acciones y caricias de cada día que nos inspiran a seguir eternamente luchando por su amor en nuestro propio Valhalla personal.

lunes, 1 de octubre de 2012

Pueblo chico, noches largas junto al mar.
Besos suaves y un amor para recordar.
Largos días lejanos a su abrazo,
lentas horas de trabajo
la ilusión de amparse en su regazo.